Viaje en tren desde Barcelona para recorrer 3 etapas entre la Maragatería y el Bierzo, con el paso por la mítica Cruz de Hierro
En este viaje de cinco días que os proponemos hoy recorremos tres etapas del Camino de Santiago entre Astorga y Villafranca del Bierzo (77.3 km), probablemente unas de las más duras de todo el Camino, por el gran desnivel acumulado.
Dejamos atrás la mesetaria comarca de la Maragatería para cruzar los Montes de León y descender después hacia el ya más verde Bierzo, antesala de Galicia, no sin antes pasar por uno de los puntos más míticos de la ruta: la Cruz de Hierro, el punto más alto del Camino Francés, a casi 1.500 metros de altitud.

Y ojo, porque lo peor no es subir, sino bajar: en una sola jornada se pierden casi 1.000 metros de desnivel, un auténtico kilómetro vertical entre la Cruz de Hierro y Ponferrada, un tramo demoledor para piernas y rodillas. Aviso de peregrino experimentado: si no has entrenado lo suficiente, Astorga no es el mejor lugar para empezar el Camino.
Como en otras ocasiones, partimos desde Barcelona en tren, optimizando tiempos para poder caminar sin prisas, pero sin días de sobra, y centrándonos en lo que realmente importa y para lo que hemos venido hasta aquí: andar, disfrutar del paisaje, comer bien y dormir mejor (pero ya os avisamos que no lo conseguiremos).
De Barcelona a Astorga en tren y vuelta desde el Bierzo: horarios y consejos prácticos
Aunque existe un tren directo de Barcelona a Astorga cada día, que tarda un porrón de horas, os proponemos una opción mucho más agradable para aprovechar al máximo el primer día.
La idea sería viajar a León vía Madrid, llegar temprano, dar una vuelta por la ciudad, cenar sin prisas y dormir felices en alguno de los muchos buenos hoteles que hay.
Al día siguiente, cogeríamos un autobús hacia Astorga y empezaríamos la ruta frescos, con ganas de caminar y sin que la fatiga del viaje nos pase factura en las duras etapas que nos esperan.
A la vuelta, repetimos la fórmula: autobús desde Villafranca del Bierzo hasta León, con cena y hotelito en la capital, y al día siguiente, tras un paseo y una comida tranquila, regreso a Barcelona en tren, vía Madrid.
Nuestra propuesta de horarios, tanto de ida como de vuelta, sería siguiente:
VIAJE DE IDA



VIAJE DE VUELTA



Y ya que estamos, os recomendamos un par de alojamientos en León, de características muy distintas, donde nos hemos alojado y que nos dejaron muy buen recuerdo:
Hotel My Palace León, confortable, moderno, domótico y con un desayuno realmente extraordinario.
Apartamentos Emilia Feo, en pleno casco antiguo, junto a la catedral, y con cocina por si se tercia cenar tranquilamente en casa.
Etapa 1: de Astorga a Foncebadón (25.9 km): empiza lo serio en los Montes de León
Una vez llegados a la estación de autobuses de Astorga y antes de echarse la mochila a la espalda, merece mucho la pena acercarse a visitar lo mejor de la ciudad: la Catedral de Santa María, el Palacio Episcopal de Gaudí y el Ayuntamiento de Astorga, en la Plaza de España. Un paseo corto que compensa, y mucho.

Aunque la etapa de hoy es dura por el desnivel a superar, la distancia (de casi 26 km) hace que la subida se vaya asimilando poco a poco, casi sin darnos cuenta.
Además, la gran cantidad de aldeas que vamos cruzando y lo bien surtidas que están de bares, muchos con sus maravillosas terracitas sobre el césped (aquí se llevan mucho), ayudan a que la jornada se haga mucho más llevadera y que, sin apenas notarlo, lleguemos a Foncebadón, punto y final de la etapa de hoy.

En esta aldea, en lo más alto del Camino Francés y a escasos metros de la mítica Cruz de Hierro, nos alojamos en el Convento de Foncebadón, intentando dormir en una de esas habitaciones múltiples para peregrinos «que tanto nos gustan».
Y es que nuestra experiencia en este albergue bien merece uno de esos punzantes y críticos «comentarios aparte»…

El Convento de Foncebadón y el mito de la experiencia “espiritual” en los albergues del Camino
Hay una idea muy extendida (y muy idealizada en redes sociales) sobre los albergues del Camino de Santiago. Que si la convivencia, que si el espíritu peregrino, que si las cenas comunitarias a la luz de las velas y las conversaciones profundas con desconocidos de medio mundo…
No os vamos a engañar: sobre el papel suena muy bien. El problema es cuando bajas del papel a la realidad.
Porque la realidad, muchas veces, es bastante menos poética y «espititual»
Empecemos por la comida. En no pocos albergues parece que alguien ha decidido que, por el mero hecho de estar haciendo el Camino, debemos viajar gastronómicamente varios siglos atrás. Sopas aguadas, platos insípidos, raciones mínimas y una carne que no sabrías decir si ha pasado antes por la Edad Media o directamente por el purgatorio.
Aviso para navegantes: huid de los lugares donde se anuncia: HAY MENÚ DEL PEREGRINO!!!

Pero eso si, todo servido con una solemnidad casi mística, como si el sacrificio culinario formara parte obligatoria de la experiencia. Y, curiosamente, todo esto se paga. Y no poco.
Luego está el dormir. O, mejor dicho, el intentar dormir. Habitaciones abarrotadas, literas encajadas con calzador, mochilas por el suelo, ronquidos en estéreo y una sensación constante de estar participando en un experimento social más que descansando para una etapa dura al día siguiente.
Entendemos el concepto de albergue, faltaría más, pero cuesta asumir que en pleno siglo XXI se siga vendiendo como algo entrañable lo que, objetivamente, no cumple unos mínimos razonables de descanso y comodidad. Y todo ello, de nuevo, a precios que poco tienen que ver con la austeridad que se predica.
Mención aparte merecen los horarios. Ese fenómeno difícil de explicar por el cual parece obligatorio levantarse a las cuatro o cinco de la mañana, no porque el cuerpo lo pida, sino para entrar en una absurda carrera contrarreloj: caminar de noche, llegar al siguiente albergue a media mañana, hacer cola durante horas y cruzar los dedos para conseguir una litera. Todo para repetir el mismo ciclo al día siguiente.
Sinceramente, no le vemos mucho sentido. El Camino debería adaptarse al caminante, no convertirlo en rehén de un sistema rígido y bastante irracional.
Y al final uno no puede evitar cierta sensación incómoda: la de que, en algunos casos, se ha montado un negocio alrededor de la miseria y del aguante del peregrino. Todo se justifica en nombre de la tradición, del sacrificio o del supuesto espíritu del Camino, mientras se normalizan situaciones que, fuera de aquí, no aceptaríamos ni por un momento.
Que conste: hay albergues maravillosos, bien llevados y con auténtica vocación de hospitalidad. Pero también hay otros —y no pocos— que viven de una fama que no siempre se corresponde con la realidad. Y creemos que decirlo, desde la experiencia y sin adornos, también forma parte del Camino.
Y que quede algo muy claro antes de acabar con esta reflexión: no estamos hablando del Convento de Foncebadón.
Más allá de dormir (eso sí, en una habitación donde no cabía ni un alfiler) y de matar el tiempo hasta la hora de acostarnos (la cena la llevábamos nosotros: una gloriosa empanada del Sr. Cadierno de Astorga), no utilizamos el albergue para nada más. Sería injusto cargarle a él un saco que no le corresponde.


De lo que hablamos aquí es de un buen número de albergues a lo largo del Camino que funcionan con esta misma lógica: servicios mínimos presentados como experiencia auténtica, precios poco acordes a lo que se ofrece y una cierta indulgencia generalizada por parte del peregrino, que parece dispuesto a justificarlo todo en nombre del Camino.
Y, como último consejo (de esos que damos siempre porque los creemos de verdad), viajad en temporada baja.
Fuera del verano y de los picos de masificación, muchos de estos problemas se diluyen: menos prisas, menos colas, menos tensión y, en general, una experiencia mucho más amable. El Camino gana cuando se vacía un poco… y el peregrino también.
Etapa 2: de Foncebadón a Ponferrada (27.3 km): el temido descenso rompepiernas hasta la comarca del Bierzo
Al amanecer, el día nos traía otra sorpresa más del mundo de los albergues (sí, otra más que justifica nuestra crítica del párrafo anterior).
Sumando a esto la estupidez humana, leer ciertas opiniones sobre estos albergues y sus famosos “menús del peregrino” hace que uno empiece a entender por qué todo funciona así… y dan ganas de llorar.
A eso de las cinco de la mañana (en el oeste de la península, a esa hora el sol ni se huele), empezó el desfile de mochilas ruidosas y voces excitadas: «¡Rápido, que va a salir el sol, y es tradición verlo en la Cruz de Hierro!». Muy respetuosos con el descanso de los demás, claro. Nosotros, que ya conocíamos el secreto de la salida del sol (rotación de la Tierra, nada de magia), preferimos intentar seguir durmiendo más.
El problema llegó cuando, tras su retirada, ya no pudimos dormir más, y decidimos empezar a caminar… y sorpresa: ¡estaba nublado!

¿No podían estos «Iluminados del Camino» mirar por la ventana, para comprobar el día que hacía, antes de despertar a todo el mundo, y así ahorrarse esa épica caminata hacia la nada?

La Cruz de Hierro: vertedero del espíritu humano
No os vamos a engañar: tiene su gracia alcanzar el punto más alto del Camino Francés y encontrarte, tras la subida desde Astorga, con esa humilde cruz clavada en lo alto de un poste de madera de cinco metros.
También suena bien la historia: cada peregrino trae una piedra de su lugar de origen y la deposita aquí, formando con los años el montículo que rodea la cruz. Un gesto simbólico, cargado de intención… sobre el papel.
Porque en la práctica la cosa es bastante distinta. Aquí no se dejan solo piedras: la gente abandona cualquier cosa que, en su ciudad de origen, tiraría sin dudar a un contenedor.

Y así, lo que debería ser un lugar de recogimiento se ha convertido en algo muy parecido a un vertedero.
Papelitos descoloridos, lazos deshilachados, banderitas mugrientas, fotos de difuntos, notas plastificadas, restos de todo tipo… todo vale para dejarlo allí, hacerse la foto de rigor y salir pitando cuesta abajo en dirección a Ponferrada, que no habrá sitio en el albergue.
Eso sí, con la conciencia tranquila y la mochila un poco más ligera.
La Cruz de Hierro, hoy en día, no transmite espiritualidad ni emoción: transmite abandono.
Y lo más triste es pensar que todo eso podría haber acabado donde corresponde: en una papelera.

A partir de la Cruz de Hierro se inicia el larguísimo y temido descenso que nos llevará hasta Ponferrada, una bajada interminable que castiga piernas y rodillas sin piedad.
Por suerte, el premio al final de la etapa está a la altura del sufrimiento: cenar muy bien para recuperar fuerzas y dormir como angelitos tras la accidentada noche en Foncebadón.
Para lo primero, Restaurante La Fragata, parada obligatoria para ir a pulpear como Dios manda.
Para lo segundo, Hostal Virgen de la Encina, cama cómoda, silencio y descanso real… justo lo que necesitábamos después de tanta mística mal entendida.

Etapa 3: de Ponferrada a Villafranca del Bierzo: caminando entre viñedos (24.1 km)
Esta última etapa entre Ponferrada y Villafranca del Bierzo, antes de regresar hoy hacia León y mañana hacia Barcelona, es mucho más relajada que las anteriores.

El Camino discurre por terrenos agrícolas, entre viñedos del Bierzo que inevitablemente nos recuerdan a algunas etapas pasadas por La Rioja, y con un desnivel mucho más llevadero.


Además, como tenemos que coger el autobús a media tarde, no hay ninguna prisa: siempre se puede caminar tranquilo sabiendo que, al final, habrá tiempo para darse un homenaje final en alguno de los muchos y buenos restaurantes que encontramos tanto en Cacabelos como ya en Villafranca del Bierzo.
Porque en el Camino, como en la vida, el sufrimiento es para los sufridores, y nosotros no hemos venido hasta aquí para eso.


